Parte 1
Crom Barbaoscura deambulaba por Ventormenta buscando cierta taberna. Cuando la encontró entró decididamente, tomando asiento en una de las mesas más apartadas. No podía evitar cierto nerviosismo.
Momentos más tarde una chica vestida más para alegrar la vista de los clientes que para servir mesas, se acercó contoneándose al enano.
“¿Qué deseas tomar?” Preguntó la melosa tabernera inclinándose sobre la mesa y dejando entrever un generoso escote.
“Una cerveza garrapiñada”, respondió Crom secamente.
El gesto de la muchacha cambió por completo y con el mismo contoneo con el que se acercó, se alejó hacia la barra y habló con el hombre tras la misma. Este sacó una jarra y preparó una cerveza.
El enano al verlo se quedó atónito. No había venido a este lugar a por una condenada cerveza. ¿Se habría confundido de taberna?. Dudaba, pero había seguido las instrucciones que le dio su fuente al pié de la letra, sin cambiar nada. ¿Le habría timado?.
Por el bien de su garganta mejor que no, pensaba el enano mientras la muchacha se acercaba con la cerveza y un posavasos de madera.
Muy seria, colocó la pieza de madera en la mesa y la cerveza encima.
El enano entornó una sonrisa, no le habían engañado. Puso una bolsa con monedas en la bandeja de la chica, se bebió la cerveza de un trago y con un posavasos en el zurrón, se marchó tan desapercibido como había llegado.
Parte 2
Tras callejear frenético desde la taberna, Crom paró un momento a observar el imponente pórtico de los archivos de Ventormenta. Respiró con fuerza y entró decidido en el edificio. Se acercó al encargado con resuelta naturalidad, interrumpiendo el papeleo que éste se traía tras su escritorio.
“He venido a revisar los archivos de los antiguos negocios en Lordaeron”.
“Es necesario un permiso”, replicó el elfo de la noche sin levantar la vista del documento que estaba leyendo.
El enano echó mano a su bolsillo y sacó un disco de madera. La pieza, finamente pulida y lacada, tenía labrado un extraño sello rojo. Una pequeña obra de arte que daba acceso a los archivos de la ciudad. Y era perfecta como posavasos.
El elfo miró al enano y al ver el sello, se levantó. “Por aquí”.
Mientras seguía a la esbelta figura, Crom no podía evitar sonreír nervioso. Su objetivo estaba cerca.
Parte 3
Atravesaron enormes pasillos con volúmenes de suelo a techo, hojas apiladas y amarillos legajos. Al rato el elfo de la noche paró, alzó su brazo y con la ayuda de su magia bajó un libro del grosor de una jarra de cerveza. O eso le parecía al enano.
“Le llevaré a una estancia aparte para que pueda revisar lo que le apetezca con tranquilidad”.
Crom asintió y prosiguieron la marcha.
Ya en la sala, el enano revisó el libro hoja por hoja. Estaba decidido a encontrar la pista sin importar las horas o el esfuerzo.
Tiempo atrás, Crom había sido minero fundidor. Su pequeño negocio extraía y fundía metales, vendiendo los lingotes resultantes a herrerías. Tristemente, la demanda decayó. Así que en lugar de echar a perder toda la materia prima refinada, herramientas, horno y materiales, decidió dar un paso adelante y forjar él mismo las piezas y armaduras que luego vendería a los aventureros. El negocio floreció unos años, pero paulatinamente fue decayendo de nuevo hasta dejar al avezado enano casi en bancarrota.
Sus últimos ahorros habían terminado en la bandeja de cierta tabernera. Estaba casi arruinado.
Los nervios lo atenazaban mientras la cruda idea de no encontrar nada rondaba su cabeza. Estaría acabado. Para siempre. Habría malgastado su último cartucho en una idea estúpida, un maldito rumor.
De repente, su corazón casi se paró. ¡Era cierto, el rumor era cierto!.
Por fin veía luz tras el oscuro túnel, todo su esfuerzo cobraba sentido mientras contemplaba la elegante cabecera de página que decía: "Carroviejo".
Parte 4
Sandar Carroviejo y su sobrino Tambrom fueron dos simples campesinos que tras abandonar sus granjas, amasaron gran fortuna partiendo de cero. Mercadeaban sin descanso, manteniendo rutas comerciales contra viento y marea sin que las crisis o contratiempos hiciesen mella en su negocio.
¿Como era posible que dos simplones, pobres como ratas y sin experiencia pudiesen acumular tales riquezas en tan pocos años?. Algo no cuadraba en toda esta historia, y Crom estaba resuelto a dar con ello. Salió a toda prisa de la sala en busca del elfo de la noche. Cuando lo encontró, ya sin resuello y jadeando, solo atinó a decir: “¡Carroviejo!. Necesito el registro de Sandar y Tambrom Carroviejo”.
Sin inmutarse, el elfo le conminó a retornar a la sala, y esperar allí a que él se lo llevase. Crom deshizo el camino con la misma velocidad con la que salió. ¿Estaría ahí el fin de su ruina?. ¿ Conseguiría tantas riquezas como los Carroviejo?, y lo más importante, ¿Cuál era el secreto de su inacabable prosperidad?.
Minutos después el encargado entro en la sala y entregó dos agrietados legajos. Crom los abrió con manos temblorosas y comenzó a leerlos.
Sandar había fallecido muchas décadas atrás. En su testamento legó su fortuna a mujer e hijos, y una carta sellada a su sobrino Tambrom.
El enano revisó el registro de Tambrom. Había abierto su propia ruta pocos años después de la muerte de su tío.
Todo tenía sentido. La carta de Sandar contenía el secreto que permitió a su sobrino ganar su propia fortuna.
Pero la última entrada indicaba que el joven mercader desapareció durante la plaga que asoló Lordaeron. No había confirmación del fallecimiento, de si engrosaba las filas de los renegados de la Horda, o de si era un simple no-muerto que como tantos otros, que vagaban sin sentido por sus antiguas tierras.
El elfo de la noche interrumpió sus lecturas, instándole a abandonar el archivo ya que las puertas iban a cerrar por hoy. Crom, testarudo como buen enano rehusaba hacer lo que el elfo le pedía. Éste arrojó el sello sobre la mesa y se alejó en silencio. Cuando estaba atravesando la puerta dio media vuelta y dijo:
“Tambrom es un no-muerto que vaga por las que son ahora las Tierras de la Peste del Este. Creo que con eso ya puedes marcharte”.
El enano, atónito y boquiabierto, sólo logró balbucir: “¿Cómo rayos sabes...?”.
“Yo también buscaba el secreto de su riqueza. Le buscaba a él y lo encontré. Pero soy un simple bibliotecario, no pude terminar el trabajo. Aun así ahora soy feliz aquí en mis archivos y no busco nada más. Puedes ir en tú en su busca y conseguir lo que deseas. Mucha suerte.”.